Por: Ernesto Pérez Vera
Entre los profesionales del tiro policial se escribe, y se debate mucho, sobre las heridas provocadas por las armas de fuego. El fin de los disparos policiales, casi siempre, es provocar la incapacidad de una persona de la forma más inmediata posible. Nada fácil. Existen muchas teorías al respecto. Algunos consideran que el calibre del arma es lo más importante. Otros creen que el tipo de proyectil, su peso o su velocidad son los únicos o principales factores que se deben tener presentes a la hora de provocar, con uno o pocos impactos, heridas que lleven al fuera de combate a un adversario de modo rápido. Por cierto que, desde el punto de vista policial, lo que siempre se pretende es parar o detener una agresión hostil grave. Nunca se pretende acabar con una vida, si bien, esto último nunca será controlado por el sujeto activo del disparo.
Un disparo dirigido a una zona que no es vital, en principio, puede provocar, si no en el acto, sí con posterioridad, lesiones incompatibles con la vida. Además, se debe saber algo: el hecho de dirigir un disparo a un determinado sitio, o zona concreta del cuerpo de un adversario, no implica que finalmente se impacte en esa zona seleccionada. Muchos son los factores que pueden estudiarse, y que de hecho intervienen, en relación a la zona apuntada o dirigida y la zona finalmente impactada. Habría que distinguir, y éste debería ser el verdadero debate, entre el impacto que súbita e instantáneamente produce incapacitación total, por muerte; y el impacto que provoca la muerte pero no en el instante del impacto, sino después, siendo ese “después” algo indeterminado: tras segundos, minutos o días…
Nota: Durante la época de la conquista del Oeste americano –se guardan numerosos archivos que lo acreditan- muchas personas, tras ser heridas en enfrentamientos armados, con armas de fuego, fallecían incluso cuando las heridas producidas no eran graves, y no afectaban a órganos vitales. Esas muertes se producían, casi siempre, días después de ser producidas, y por infección grave.
Como decía Javier Pecci, en su fabuloso artículo: Siempre que disparamos un arma, hay que asumir una posible muerte, “…Cuando se efectúa un disparo contra alguien, o incluso, cuando se efectúa un disparo intimidatorio al aire, el agente que lo lleva a cabo debería asumir, siempre, que ese disparo puede provocar daños o lesiones, e incluso la muerte; aunque ese no fuese el deseo o la intención, cuando aquel se vio obligado a realizar ese disparo...”
Factor Hormonal y Psicológico
La realidad es que la verdadera eficacia de un proyectil radica, no tanto en el calibre y/o tipo de punta/proyectil, sino en la zona del cuerpo alcanzada. No obstante, el cuerpo humano durante una situación límite como es un enfrentamiento armado, en el cual una persona advierte que su vida, súbitamente, entra en inminente peligro, experimenta, de forma autómata, una serie de cambios hormonales que él mismo no controla. Es la propia naturaleza la que, de modo automático, y mediante el Sistema Nervioso Simpático, se encargará de preparar organismo para sobreponerse a las heridas o retrasar sus efectos. Para que eso ocurra, serán segregadas diversas hormonas. De modo voluntario, jamás el ser humano podría alcanzar el elevadísimo número de hormonas que, inteligentemente y en el momento adecuado, segregará el cuerpo en esas situaciones de “vida o muerte”. Esto ya se vio ampliamente en otros temas de este temario.
Con lo anterior, se pretende decir que NUNCA un proyectil se va a comportar del mismo modo en un cuerpo que está prevenido del ataque, que en un cuerpo impactado sin que la víctima esté previamente advertida.
Puede influir, sobremanera, otro factor: el psicológico. Una persona que se ha preparado, no solo táctica y físicamente sino también mental o psicológicamente, para el enfrentamiento, podrá extraer, de sí mismo, el máximo rendimiento del instinto animal de supervivencia que aún sigue viviendo en todo ser humano. Ese instinto es innato y todos los seres humanos lo tienen dentro, va en los genes; pero unos lo tienen a flor de piel y otros lo tienen más escondido, pero todos lo poseen. Todos tenemos aún una porción de cerebro reptil.
Cerebro reptil: es parte más primitiva de nuestro cerebro, y se encarga de los instintos básicos de la supervivencia -el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas tipo “pelea-o-huye”. El cerebro humano está formado por varias zonas diferentes que evolucionaron en distintas épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados crecía una nueva zona, generalmente la naturaleza no desechaba las antiguas; en vez de ello, las retenía formándose la sección más reciente encima de ellas. Esas primitivas partes del cerebro humano siguen operando en concordancia con un estereotipado e instintivo conjunto de programas que proceden tanto de los mamíferos que habitaban en el suelo del bosque como, más atrás aún en el tiempo, de los toscos reptiles que dieron origen a los mamíferos.
Entre los profesionales del tiro policial se escribe, y se debate mucho, sobre las heridas provocadas por las armas de fuego. El fin de los disparos policiales, casi siempre, es provocar la incapacidad de una persona de la forma más inmediata posible. Nada fácil. Existen muchas teorías al respecto. Algunos consideran que el calibre del arma es lo más importante. Otros creen que el tipo de proyectil, su peso o su velocidad son los únicos o principales factores que se deben tener presentes a la hora de provocar, con uno o pocos impactos, heridas que lleven al fuera de combate a un adversario de modo rápido. Por cierto que, desde el punto de vista policial, lo que siempre se pretende es parar o detener una agresión hostil grave. Nunca se pretende acabar con una vida, si bien, esto último nunca será controlado por el sujeto activo del disparo.
Un disparo dirigido a una zona que no es vital, en principio, puede provocar, si no en el acto, sí con posterioridad, lesiones incompatibles con la vida. Además, se debe saber algo: el hecho de dirigir un disparo a un determinado sitio, o zona concreta del cuerpo de un adversario, no implica que finalmente se impacte en esa zona seleccionada. Muchos son los factores que pueden estudiarse, y que de hecho intervienen, en relación a la zona apuntada o dirigida y la zona finalmente impactada. Habría que distinguir, y éste debería ser el verdadero debate, entre el impacto que súbita e instantáneamente produce incapacitación total, por muerte; y el impacto que provoca la muerte pero no en el instante del impacto, sino después, siendo ese “después” algo indeterminado: tras segundos, minutos o días…
Nota: Durante la época de la conquista del Oeste americano –se guardan numerosos archivos que lo acreditan- muchas personas, tras ser heridas en enfrentamientos armados, con armas de fuego, fallecían incluso cuando las heridas producidas no eran graves, y no afectaban a órganos vitales. Esas muertes se producían, casi siempre, días después de ser producidas, y por infección grave.
Como decía Javier Pecci, en su fabuloso artículo: Siempre que disparamos un arma, hay que asumir una posible muerte, “…Cuando se efectúa un disparo contra alguien, o incluso, cuando se efectúa un disparo intimidatorio al aire, el agente que lo lleva a cabo debería asumir, siempre, que ese disparo puede provocar daños o lesiones, e incluso la muerte; aunque ese no fuese el deseo o la intención, cuando aquel se vio obligado a realizar ese disparo...”
Factor Hormonal y Psicológico
La realidad es que la verdadera eficacia de un proyectil radica, no tanto en el calibre y/o tipo de punta/proyectil, sino en la zona del cuerpo alcanzada. No obstante, el cuerpo humano durante una situación límite como es un enfrentamiento armado, en el cual una persona advierte que su vida, súbitamente, entra en inminente peligro, experimenta, de forma autómata, una serie de cambios hormonales que él mismo no controla. Es la propia naturaleza la que, de modo automático, y mediante el Sistema Nervioso Simpático, se encargará de preparar organismo para sobreponerse a las heridas o retrasar sus efectos. Para que eso ocurra, serán segregadas diversas hormonas. De modo voluntario, jamás el ser humano podría alcanzar el elevadísimo número de hormonas que, inteligentemente y en el momento adecuado, segregará el cuerpo en esas situaciones de “vida o muerte”. Esto ya se vio ampliamente en otros temas de este temario.
Con lo anterior, se pretende decir que NUNCA un proyectil se va a comportar del mismo modo en un cuerpo que está prevenido del ataque, que en un cuerpo impactado sin que la víctima esté previamente advertida.
Puede influir, sobremanera, otro factor: el psicológico. Una persona que se ha preparado, no solo táctica y físicamente sino también mental o psicológicamente, para el enfrentamiento, podrá extraer, de sí mismo, el máximo rendimiento del instinto animal de supervivencia que aún sigue viviendo en todo ser humano. Ese instinto es innato y todos los seres humanos lo tienen dentro, va en los genes; pero unos lo tienen a flor de piel y otros lo tienen más escondido, pero todos lo poseen. Todos tenemos aún una porción de cerebro reptil.
Cerebro reptil: es parte más primitiva de nuestro cerebro, y se encarga de los instintos básicos de la supervivencia -el deseo sexual, la búsqueda de comida y las respuestas agresivas tipo “pelea-o-huye”. El cerebro humano está formado por varias zonas diferentes que evolucionaron en distintas épocas. Cuando en el cerebro de nuestros antepasados crecía una nueva zona, generalmente la naturaleza no desechaba las antiguas; en vez de ello, las retenía formándose la sección más reciente encima de ellas. Esas primitivas partes del cerebro humano siguen operando en concordancia con un estereotipado e instintivo conjunto de programas que proceden tanto de los mamíferos que habitaban en el suelo del bosque como, más atrás aún en el tiempo, de los toscos reptiles que dieron origen a los mamíferos.
Una persona debidamente mentalizada de que puede ser víctima de un ataque mortal y, a la vez, plenamente consciente de que llegado el caso tendrá de acabar con la vida de otro ser humano, podría tener el instinto animal de supervivencia presto para ser usado.
Quizás una forma instintiva y natural de sobrevivir sea la de huir del encuentro o del enfrentamiento. Quizás esa sea la primera orden del cerebro, pero a veces no será posible cumplirla, bien por causas indeterminadas o bien por la especial obligación legal y profesional del atacado.
Visto lo anterior, esa persona que en el momento del enfrentamiento es herida, pero es capaz de hacer “disparar” su instinto de supervivencia, podría seguir combatiendo mientras soporta heridas de las que quizás ni se ha percatado aún. Del mismo modo, una persona que no pudiera o supiera “usar” el instinto animal de supervivencia, podría quedar bloqueada mental y físicamente en el momento de ser atacado o en el momento de sentirse herida.
Por lo expuesto en el párrafo anterior, debe entenderse que un ser humano entrenado mentalmente, tendrá más opciones de salir airoso de un enfrentamiento armado aún cuando, de cierta gravedad, ya se halle herido. Por el contrario, una persona que jamás se planteó la posibilidad de ser herido o la posibilidad de tener que matar a otro ser humano, podría quedar con sus capacidades cognitivas muy deterioradas. En este segundo caso no se podría responder eficazmente al sentirse atacado, o incluso herido de modo no grave.
Aunque no corresponda directamente a este tema, vamos a tratar de aclarar una idea que no siempre se tiene digerida en el cerebro: el uso del arma de fuego –contra personas- por parte de los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, en general, por parte de cualquiera que posea alguna licencia de armas, solo estará justificado, de modo legal, cuando la vida o integridad física del que dispara, o de una tercera persona, está en grave riesgo. Eso sí, el riesgo ha de ser inminente en el tiempo, o sea, justo en el momento que se dispara, NO antes. NO existe causa legal para disparar a alguien después de que desaparezca ese GRAVE riesgo. El disparo ha de ser coetáneo con el ataque grave que se pretende detener.
Analicen esta definición de legítima defensa y mediten sobre ella: “el defensor debe elegir, de entre varias clases de defensas posibles, aquella que cause el mínimo daño al agresor –naturalmente, se elegirá entre los medios de que dispone en ese preciso instante-. Pero para ello NO tiene que aceptar la posibilidad de daños a su propiedad o lesiones en su propio cuerpo –no necesariamente debe haber sido herido para rusticar su defensa-, sino que ESTÁ LEGITIMADO para emplear, como medios defensivos, los medios objetivamente eficaces que permitan esperar, con seguridad, la eliminación del peligro –medio que garantiza la eficacia-." (Roxin, C., Derecho Penal. Parte General…, T. 1, edit. Thomson Civitas, Madrid, 2003, p.628/9).
Impactos que alcanza la cabeza
Para el estudio de los impactos en la cabeza, ésta habría que dividirla en tres zonas bien diferenciadas, pues según la zona de la cabeza en que impacte el proyectil y la velocidad con la que llegué al órgano, podrían producirse lesiones más o menos graves, o incluso la muerte instantánea. Por tanto, dividiremos la cabeza en: cráneo, cara y cuello.
El cráneo es una cavidad hermética y sellada en la que se encuentran órganos tan vitales como el cerebro, bulbo raquídeo y el cerebelo, además de otros. Un proyectil que consiguiera penetrar en la bóveda craneal, debería ser mortal de necesidad. Ha de saberse que algunas zonas del cráneo están “construidas” de huesos macizos especialmente duros, principalmente el frontal, más aún, en edad adulta. Sin embargo otras zonas no son tan resistentes, como es el caso de la zona temporal.
Se conocen muchos casos de proyectiles que no penetraron el cráneo, y que provocaron el rebote del proyectil o incluso permitieron que éste quedara alojado entre el cuero cabelludo y la bóveda craneal. En estos casos, no solo intervino la dureza del hueso sino que seguramente también el ángulo de impacto, peso, tipo y velocidad del proyectil en el instante del impacto.
Si el proyectil afecta a la cara, no necesariamente será mortal. Si lo será cuando el proyectil alcance al Bulbo Raquídeo, en cuyo caso la lesión sería incompatible con la vida. El bulbo raquídeo se halla situado tras la zona superior del rostro, aunque dependiendo del ángulo de entrada del proyectil, -en relación con la posición física que presente el recibidor del proyectil- o de si entra por la parte lateral de la cara, también ese órgano podría verse tocado. Si el proyectil entra por la zona media o baja de la cara, y con trayectoria ascendente, también podría afectarse el bulbo. El bulbo raquídeo es, por tanto, un órgano que de ser alcanzado provoca, de modo inmediato, la puesta en fuera de “combate”. También podría ser alcanzado por la zona nucal, aunque este área no pertenezca a la cara.
Los impactos en la parte inferior de la cara, como norma general, no provocan la muerte, eso sí, si sólo el maxilar y/o la mandíbula se ven afectados y si, además, el herido es atendido rápidamente por los servicios médicos.
El cuello es la otra zona de estudio. Por él pasan grandes vasos sanguíneos, como la vena yugular y las arterias carótidas, las cuales, de ser afectadas por el impacto, provocarían la muerte por hemorragia en un tiempo muy corto. Otros puntos vitales que podría verse afectados, son la Columna Vertebral (zona cervical) y la Tráquea.
Impactos que alcanzan la zona del tórax
En esta amplia zona del cuerpo se encuentran órganos de vital importancia. Si un impacto alcanzara esta zona podría provocar, con facilidad, una rápida muerte.
Los principales órganos ubicados en esta zona del cuerpo, están protegidos por las costillas, las cuales suelen ser fracturadas por los proyectiles que penetren en ese área. Los fragmentos o astillas de costilla son impulsados, casi siempre, por la propia bala durante su recorrido por el cuerpo, actuando a modo de pequeños proyectiles y ocasionando lesiones aún más serias, o agravando las principales.
Cuando el corazón es alcanzado por un proyectil, suele provocar la muerte en muy pocos segundos, y no en el acto. Los impactos que afecten a los pulmones podrían, en muchos casos, provocar la muerte, pero tampoco en al instante. En la misma zona se encuentran ubicadas la vena cava superior, la arteria aorta y las arteria pulmonares, las cuales también podrían, por hemorragia, provocar una rápida muerte de verse afectas por un proyectil.
Si un disparo efectuado al tórax se desviara lateralmente, el proyectil podría alcanzar la arteria subclavial izquierda o derecha (zona clavicular y próxima al hombro), lo cual podría producir también la muerte de modo bastante rápido. Los disparos que afectan a las clavículas podría provocar la inutilización de las extremidades superiores, lo cual no conlleva, necesariamente, la puesta en fuera del combate total de quien recibe el disparo.
Impactos que alcanzan la Región Abdominal
En esta zona del cuerpo, también un impacto podría producir la muerte de modo rápido, principalmente por hemorragia.
En la zona más alta del abdomen se encuentran órganos de gran dureza frente a los impactos, como los riñones. Un impacto que afecte al riñón podría provocar una rápida hemorragia, sobre todo siempre que determinada zona de ese órgano sea afectada por el proyectil. Tanto el bazo como el hígado son órganos altamente vaso dilatados, por ello, una herida que los afecte podría producir, con el consiguiente riesgo de muerte, una enrome hemorragia.
En la zona más baja de esta región están los genitales, en cuya zona un impacto provoca gran dolor, pudiendo alcanzarse un “shock” neurogénico o nervioso. Con ello se puede conseguir un abandono de todo acto defensivo, por parte del afectado. Como norma general, se podría decir que los impactos que dañan la zona inferior del abdomen no provocan la muerte, al menos de modo rápido.
La columna vertebral también podría ser alcanzada mediante un disparo dirigido al abdomen, pero también si es dirigido a la caja toráxica. En este caso podría conseguirse la inutilización del tren inferior, lo cual no impedirá que los brazos puedan seguir siendo usados, por ejemplo, para disparar armas. Por gran parte del interior de la columna, y en un canal existente al efecto, discurre la médula espinal, que en caso de ser “tocada” por una bala, produciría la muerte instantánea.
Es aconsejable que los agentes de las FAS o FYCS que vayan a participar en operativos tácticos, en los que sea predecible el enfrentamiento armado, vaciaran tanto la vejiga como el intestino, (órganos huecos). Teniendo vacíos ambos órganos, antes de entrar en acción, se evitaría que en caso de que un impacto afectara a esos órganos, se produjeran lesiones mayores. Se suele creer que el contacto de la orina, por derrame violento y traumático, con los órganos cercanos, provoca infección y muerte rápida, pero no es así, y no es ese el motivo por que se aconsejan las evacuaciones tácticas corporales.
Las evacuaciones se aconsejan por un motivo más sencillo. Un órgano que está lleno, está tenso, y por ello el impacto de un proyectil provocará una mayor presión y transferencia de energía al impacto y al “cruzarlo”, provocando con ello un mayor destrozo. Un sencillo ejemplo: si se dispara a una bota de vino vacía y a una llena, ¿cual sufrirá mayor daño al impacto?
Extremidades: tren superior e inferior
Los impactos localizados en las extremidades inferiores, como norma general, no provocan la muerte más que en los casos en los que las arterias femoral o poplítea son dañadas. En cualquier caso, los impactos que afectan a las extremidades, rara vez provocan la paralización de una acción hostil. Como mucho impedirán que el sujeto se desplace con facilidad, o mueva los brazos, lo cual no impide totalmente que el herido siga siendo un potencial riesgo.
En cualquier caso, una herida producida por arma de fuego provocará, inevitablemente, pérdida de sangre, incluso si las arterias no son afectadas. Por lo tanto, incluso en esos casos, si el herido no es debidamente atendido médicamente, en un tiempo prudencial, la muerte le podría sobrevenir.
Si la cadera/pelvis es alcanzada por un proyectil, éste podría provocar su fractura y con ello posiblemente se pueda producir la caída del herido, impidiendo, de ese modo, una huída o avance hacia quien está recibiendo el ataque. Esto es muy interesante frente al atacante que esgrime un arma blanca, pero no sería tan “de festejar” si el sujeto porta armas de fuego. Existe riesgo de que la arteria ilíaca sea alcanzada a la vez que la cadera: ello provocaría una rápida hemorragia con el consiguiente riesgo.
Al igual que la cadera, otros huesos de las extremidades pueden ser alcanzados por el proyectil. De producirse la fractura, como mucho se alcanzará una paralización del uso de ese órgano, pero ello no conllevará que el potencial riesgo de ataque sea neutralizado. Tibia, peroné, fémur, húmero, cubito, radio, etc., son algunos de los grandes e importantes huesos que conforman las extremidades, pero aún siendo fracturados por un disparo, permitirán cierto grado de habilidad ofensiva al sujeto.
Si ya es complicado impactar deliberadamente en las piernas durante un enfrentamiento, más difícil, aún, será alcanzar los brazos. No en vano, el tren superior, en personas proporcionadas físicamente, ofrece menos blanco. Se conocen casos de agentes que dispararon a muy corta distancia a delincuentes armados con armas blancas, y pese a la corta distancia, los proyectiles acabaron en el suelo. Además, fácilmente pueden acabar en el tórax los disparos dirigidos a las extremidades superiores, pero sobre todo pueden fallarse.
Para concluir: algunos datos
Se puede decir que casi cualquier órgano impactado o afectado por un disparo podría producir lesiones que, bien de modo inmediato o bien posteriormente, podría desembocar en la muerte. Incluso las lesiones que afecten a órganos no vitales podrían llevar a la pérdida de la vida, si no se recibe atención médica adecuada en un tiempo prudencial.
Esto último, lo de la adecuada y rápida asistencia sanitaria, es primordial para que una persona sobreviva a las lesiones producidas. No obstante, existen heridas o lesiones incompatibles con la vida aún si se recibe atención médica inmediata. Los servicios médicos militares de los Estados Unidos, que poseen amplia experiencia real en combate, han elaborado un ambicioso estudio sobre las heridas de combate y la muerte en el teatro de operaciones. Aún siendo estudios aplicados al ámbito militar, donde no solo se emplean armas largas de fuego convencionales, sino de alto explosivo y otras, usaremos en este tema algunos datos extraídos de esos estudios:
Muertes que se producen en combates terrestres:
31% por trauma penetrante en la cabeza
25% por trauma torácico NO corregible quirúrgicamente
10% por trauma corregible quirúrgicamente
9% por desangrado por hemorragias de heridas en las extremidades
7% por trauma mutilante producido por explosión u onda expansiva
5% por neumotórax por tensión
1% por problemas en las vías respiratorias
· Un 5% morirán por infecciones, sepsis y complicaciones del shock. Hasta hace poco, este porcentaje se duplicaba.
En los datos aportados, resulta muy revelador que un 9% de heridos en las extremidades, pueden fallecer. Debe interpretarse que, incluso heridas en órganos “no vitales” producen la muerte. Tengamos en cuenta algo: los equipos de combate de los EE.UU poseen un alto nivel de entrenamiento, y experiencia, en asistencia urgente de combate sobre sus heridos, y en el propio escenario. Por tanto, ese 9% fue tratado, seguramente, en un tiempo muy prudencial.
Dejamos de lado esos datos. No es recomendable dirigir los disparos a las extremidades o a la cabeza, en ambos casos, habría que tener mucha suerte para alcanzarlos durante un enfrentamiento. No olvidemos que son zonas muy pequeñas y el enfrentamiento será muy rápido y violento, y lo que es peor, seguramente ya estaremos heridos cuando reaccionemos con nuestros disparos. En cualquier caso, un impacto en la cabeza puede provocar la muerte de modo muy rápido, cuando no instantáneamente, y NO es eso lo que pretende, como norma general y en principio, un agente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que se ve obligado a usar su arma.
Dicho lo anterior, también hay que decir que se pueden dar casos policiales muy concretos que requieran de impactos precisos y directos a la cabeza. Si ese impacto alcanzara al bulbo raquídeo, -harto complicado porque mide en torno a 3 cms.-, la incapacitación sería instantánea. Sería más fácil acertar al bulbo si el disparo lo efectúa un francotirador (sniper).
Lo más inteligente y sensato sería: dirigir los disparos al centro de la caja toráxica del agresor, lo que se viene denominando, de modo no acertado, “centro de masas”. La realidad es que el verdadero y “geográfico” centro de masas de un humano está en la zona de la cintura-vientre, y no en su tórax. Eso sí, dirigiendo los disparos al tórax, irían a la zona más amplia del cuerpo, teniendo con ello más garantía de acertar en una zona rica de órganos importantes. En caso de que los disparos se elevaran, o se desviaran lateralmente -al dirigirlos allí-, como consecuencia de los movimientos del tirador, o del atacante, -amen de otras circunstancias- los disparos siempre quedarían localizados entorno a órganos que podrían producir el fuera de combate en un tiempo relativamente rápido.
Del mismo modo, si los disparos dirigidos al “pecho” se desviaran hacia abajo, casi con total seguridad, se impactaría en la zona baja del cuerpo, pudiendo alcanzar al verdadero “centro de masas”, incluyendo en la zona baja, al tren inferior. Ya sabemos que las extremidades no son la mejor zona para incapacitar al hostil, pero al menos se “tocaría” al enemigo -eso siempre es positivo-. Si el disparo alcanza las piernas, aún no consiguiendo el fuera de combate, es probable que evitáramos que el disparo alcanzase a un tercero ajeno al enfrentamiento, eso sí, siempre que no se produzca la temida sobrepenetración de los proyectiles.
Dicho todo lo anterior, respecto al centro de masas hay que comprender que, en muchas ocasiones, el adversario NO ofrecerá su torso. En muchos casos nuestro agresor solo dejará visible una zona minúscula de su anatomía, por ejemplo: el caso del tirador hostil parapetado y que solo “asoma” parte del cuerpo por el parapeto que usa para ocultarse o protegerse. En esos casos, se debe considerar centro de masas, a los efectos que nos ocupa, el centro “geográfico” del “todo” corporal que ofrece el adversario. Ese “todo” será, en unos casos, una pierna, la cabeza, o un brazo por ejemplo.
Por parte de los cuerpos policiales, sería un gran acierto que la instrucción de tiro policial se realizara con blancos más realistas que no un simple cartón rectangular o circular y numerado. El agente debe entrenar con el máximo realismo posible. Para ello, y entre otras cosas, se deberían utilizar siluetas con contorno o forma humana y con un tamaño proporcionado. Podría ser muy eficaz usar blancos con forma humana y con los órganos señalizados y correctamente localizados. De ese modo, solo a muy corta distancia podrían ser visibles esos órganos. Con un entrenamiento así, el tirador no “contaminará” su entrenamiento con intentos deliberados de “colocar” sus disparos en determinadas zonas del cuerpo o silueta. Así las cosas, el tirador tiraría al “centro de masas” siguiendo las instrucciones del formador, y posteriormente, y en el momento de parchear y verificar los impactos, vería el verdadero resultado y colocación de los disparos que dirigió al blanco.
La realidad es que este tipo de blancos que propongo, en los tiempos que vivimos, no serían aceptados por ciertos sectores políticos y sociales, los cuales solo buscan, demasiadas veces, rédito público mediante eso que llamamos “lo políticamente correcto”. Estas situaciones llegan muchas veces a lo absurdo, olvidando lo verdaderamente importante: la eficacia.
No hay reglas exactas. Conocemos casos de enfrentamientos en los que una persona recibió disparos en zonas vitales, y además con munición potente, y sin embargo no provocaron la muerte. Y por contra, se conocen casos y datos de enfrentamientos en los que la víctima fue impactada en la misma zona y con munición menos potente, y sí consiguieron, en esos casos, acabar con vidas humanas, a veces de modo rápido o instantáneo. El motivo es bien sencillo, quizás en el primero caso el proyectil, aún llegando a su objetivo con bastante potencia, no interesó órganos vitales, aún alcanzando zonas muy cercanas; y con otros proyectiles, aún poseyendo menos potencia o energía, sí que se consiguió afectar a una zona muy determinada y vital. Cuestión de suerte, mala para unos y buena para otros.
Algunos proyectiles, bien por el tipo de arma que la disparó o bien por la configuración del material de construcción, no consiguen penetrar lo suficiente en el cuerpo, impidiendo así “tocar” órganos sensibles. A veces son otros los factores los que impenden al proyectil la suficiente penetración, por ejemplo la indumentaria de quien recibe el impacto, o algún objeto interpuesto, deliberadamente o accidentalmente, en el instante del disparo. Lo anterior provocaría una deformación “prematura” del proyectil, frenándose la capacidad penetrante una llegado el proyectil al cuerpo humano.
En todo esto, un factor muy importante a tener en cuenta es la ingesta de drogas y alcohol. Una persona que ha consumido determinadas sustancias podría tener un umbral de sensibilidad al dolor muy diferente al de otra persona que no se encuentra bajo las influencias de esas mismas sustancias. En esos casos, las heridas producidas a quien se haya bajo la influencia de sustancias estupefacientes o alcohólicas, quizás no le provoquen dolor y paralización, lo contrario podría pasar a quien no ha ingerido sustancia alguna.
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