Por: Ernesto Pérez Vera
Casi siempre, en el seno de la comunidad policial, se debate y se habla del enfrentamiento armado con armas de fuego, o sea, sobre el ataque que el agente de seguridad recibe desde un sujeto armado, generalmente, con pistolas o revólveres. En determinadas zonas del mundo es frecuente que el policía sea objeto de acometimientos con esas armas, en otros sitios incluso es cotidiano recibir la agresión con armas largas automáticas o con explosivos. Pero hay otro tipo de arma muy letal de uso frecuente y diario: el arma blanca.
Al nacer, nadie recibe en sus manos una pistola, un fusil de asalto o un lanza granadas, sin embargo, todos somos instruidos, desde niños, en el manejo de una herramienta de uso diario y de por vida, el cuchillo. Desde que somos niños, nuestros padres o tutores nos adiestran en modales y buenas costumbres, es ahí donde, entre otros instrumentos, se nos enseña a manejar, en la mesa y para comer, el cuchillo. Por tanto, desde niños tenemos contacto con un “útil” que, de ser usado de modo antisocial, puede ser letal, como otros tantos.
Después, con el devenir de los años, aprenderemos a usar el cuchillo, aunque sea de cocina, como una herramienta eficaz de ámbito doméstico. La usaremos para cortar cosillas durante determinados juegos y quehaceres. Lo usamos también como palanca para abrir tarros o botes de alimentos, ¿es cierto o no…?. Lo dicho, se usa desde siempre para todo. Se adquiere cierta destreza en el empleo del cuchillo doméstico, tanto para el uso de destino “primitivo” como para los destinos que vayan surgiendo dentro del ámbito del hogar o profesional.
Casi todos manejamos, o al menos asimos, el cuchillo sin miedo. Está en nuestras manos desde hace miles de años. Seguramente, hace miles o millones de años pasaba lo mismo, pero en esa época su empleo tenía otro destino: la supervivencia. Algo que cortara, se clavara o pinchara -lo que hoy es un cuchillo- servía para sobrevivir cazando, esto es, matando a otro ser vivo con el cual alimentarse. Otras veces, y ahí nace lo innato del empleo letal del cuchillo, se usaba para sobrevivir en situaciones de peligro por el acecho de un igual o de un ser vivo “superior” en la cadena alimentaría. Por tanto, desde hace millones de años el cuchillo está en nuestras manos y por ello su empleo, para atacar a un igual, suele ser muy natural, eficaz y letal.
Si a un lego en el empleo de armas le dejamos en una mesa una pistola con un solo cartucho, y un machete, y le pedimos que ataque súbitamente cuando reciba una señal, será más eficaz con un solo golpe de cuchillo que con ese único disparo. Es lógico, ya lo hemos dicho antes, todos sabemos “empuñar” un cuchillo, o al menos lo hemos hecho millones de veces. Motivado por ese instinto “animal”, que aún nos queda de cuando corríamos delante de los animales “superiores”, sabemos lanzar el puño/cuchillo hacia el lugar donde queremos impactar o clavar.
Por lo anteriormente comentado, muchos instructores adiestran a sus alumnos en el empleo del cuchillo de combate o navaja táctica. Algunos no lo ven acertado, pero la verdad es que, como dice -entre otros instructores- mi amigo y Maestro Cecilio Andrade (recientemente, en su blog, ha escrito de modo sobresalientemente sobre este tema), en determinados casos, la navaja puede ser una útil arma defensiva in extremis. A veces, puede ser “el último cartucho”, otras veces el único.
En nuestro país, España, están proliferando, contra los agentes de policía, los ataques con armas de fuego por parte de delincuentes comunes -sin contar con el empleo que se hace de las armas en las bandas terroristas, pues en ese ámbito siempre ha sido una constante-. El empleo del arma de fuego está aumentando en general, y muy particularmente durante la perpetración de delitos de robo. Pero una cosa es más cierta, y además muy contrastable: diariamente, por parte de los agentes policiales que trabajan en tareas de seguridad ciudadana, se incautan ingentes cantidades de armas blancas por el mero hecho de ser portadas, me refiero al porte, sin uso. Como es preceptivo, esas incautaciones están amparadas por el ordenamiento jurídico positivo.
Cualquier agente de policía que mínimamente esté comprometido con el servicio incautará, anualmente, un buen número de cuchillos, machetes y navajas. Durante cacheos de sospechosos, tanto en controles de policía como en otras habituales circunstancias policiales, muchas de estas armas serán localizadas. La mayoría de la veces, las armas blancas, al igual que las de fuego o las sustancias estupefacientes, se encontrarán ocultas entre las ropas de los sujetos sospechosos e infractores, en los maleteros, las guanteras o bajo los asientos o alfombrillas de los vehículos en los que viajan o conducen.
Las estadísticas lo demuestran, afortunadamente se retiran de las calles más armas blancas que armas de fuego, y la causa es lógica: la gente no se “pasea”, tan alegremente, con pistolas ilegales, pero si lo hace con las navajas y machetes. En el primer caso siempre se cometerá delito, con las consecuencias lógicas que ello acarrea. En el caso segundo se incurrirá, siempre, en infracción administrativa.
Tras lo anteriormente expuesto, hay que decir que si en los enfrentamientos armados -con armas de fuego- las agresiones se inician a cortas distancias, con las armas “de filo” será, como mínimo, la misma distancia la que se use para el acometimiento, cuando no menor. Lo que es un hecho seguro es que, en el instante del apuñalamiento el contacto será más “intimo”, será de “piel contra piel”. Por tanto, quien ha determinado agredir con arma blanca será, casi siempre, altamente eficaz al buscar la letalidad. En España, por suerte para la comunidad policial, no hay un excesivo número de agentes fallecidos por ataques homicidas con estas armas.
Donde la cifra es alta, lamentablemente, es entre la ciudadanía. Se comenten muchísimos ataques mortales o graves con cuchillos, principalmente durante el transcurso de robos, riñas o desavenencias familiares. Daré un dato objetivo, y para mí, cercano: en la ciudad donde ejerzo como policía, durante 2009 se produjeron una decena de homicidios, unos consumados y otros en grado de tentativa. Algunos de estos homicidios han sido especialmente brutales e inhumanos. De esa decena de casos, en el 80 por ciento fueron empleadas armas blancas. La ciudad tiene una población que no supera los 70 mil habitantes. Las cifras de los delitos de lesiones cometidos con armas blancas, sin llegar al homicidio tentando, fueron mucho mayores.
Para el ser humano es más difícil esperar o predecir un ataque con arma blanca. El arma de fuego, incluso si es de tamaño muy reducido, muy difícilmente será ocultada en una mano cuando ya se tiene empuñada el arma. A poco se tenga iluminación, y se preste atención a los movimientos de manos del sospechoso, podrá ser detectada la presencia de una pistola o revolver en las manos de una persona. Con un cuchillo no siempre será tan sencillo. Seguro que muchos de ustedes han encontrado, durante los cacheos, cuchillos ocultos en el ante brazo -bajo la manga de la camisa-. En esas circunstancias el arma “cae” a la mano de forma inmediata y con amplias posibilidades de uso. En esa misma ubicación es imposible portar el arma de fuego, al menos con capacidad súbita y eficaz de uso.
En el año 1992, el agente de policía e instructor de defensa personal/policial Darren Laur, realizó un concienzudo trabajo sobre las reacciones de los policías acometidos con armas blancas. Laur es agente de seguridad en Victoria, BC (Canadá). El trabajo consistió en emplear a 85 agentes durante la requisa o cacheo de un calabozo. Todo lo que ocurriera en la celda sería grabado para su posterior estudio y análisis.
Al preso -en realidad una persona que actuaba como tal- se le pidió que fingiera estar herido o enfermo, de modo que cuando el agente de seguridad se le aproximara para “levantarlo”, lo acometiera con un cuchillo simulado. El arma tenía el filo de la hoja manchada de tiza, así cuando fuera usado para cortar o clavar, sobre el funcionario, dejaría surcos o trazas en la ropa del agente: trayectorias de las puñaladas. El agresor, para desorientar y conseguir mayor desorden, además de apuñalar insultaría y amenazaría con gritos. Ni que decir tiene que los agentes no sabían que iban a ser asaltados, y menos aún en que momento y de que forma.
El resultado del análisis de las filmaciones fue el que seguidamente se expone:
- 72 de los agentes, de un total de 85, no supieron que estaban siendo atacados con un arma blanca. Una vez acabado el “trabajo” fueron invitados a localizar, en sus prendas de vestir, las trazas dejadas por la tiza que se había untando a la cuchilla del machete.
- 10 de los agentes, durante el ataque, fueron consiente de que estaban siendo apuñalados.
- 3 agentes, antes de entrar en contacto con el que iba a ser su agresor, detectaron la presencia del arma en las manos del “homicida”.
- Se alcanzaron varias conclusiones: la mayoría de los agentes fueron sorprendidos por el ataque y agacharon la cabeza a la par que la protegieron por la zona del cuello. Para ello usaron ambas manos y brazos. Esta mayoría se “abandonó” ante su agresor, motivo por el que recibieron muchísimas cuchillas. No fueron capaces de reaccionar de modo reactivo o defensivo.
Los agentes que predijeron el ataque, cuando éste se inició, consiguieron bloquear la mano portadora del arma y comenzaron a golpear, al hostil, con las rodillas y los codos. En estos casos, algo muy instintivo es -todo el mundo lo hace- el huir hacia atrás para ganar distancia. En realidad el cerebro nos ordena ganar distancia, pero no solo nos echamos para atrás con ese fin. Al distanciarnos obtenemos mayor información de lo que ocurre y así podemos tomar una más efectiva medida contra la acción hostil. Como en cualquier otra situación de estrés máximo, algunos de los agentes que neutralizaron la mano atacante no recordaban haber visto el cuchillo.
Una vez más, en este artículo, refiero a Cecilio Andrade. Este instructor y articulista, en su último trabajo publicado trata el tema del arma blanca desde el punto de vista de arma defensiva en casos extremos. Yo, en mi trabajo -éste-, trato el tema desde la perspectiva del empleo letal del arma de “filo”, pero no como defensa sino como arma de la cual proceden muchos ataques contra personas. Por cierto, en el trabajo de Andrade es muy interesante este dato que aporta: el 60 por ciento de las personas atacadas con armas de fuego, sobreviven, pero, por contra, el 60 por ciento de los atacados con armas blancas…fallecen. Tomen nota. Esos datos han sido leídos, ya, en más de un informe técnico. (en la imagen: Cecilio Andrade durante un entrenamiento)
La inmensa mayoría de plantillas policiales entrenan -si acaso lo hacen- supuestos policiales poco reales. Pocas plantillas forman a sus funcionarios en el empleo del arma a distancias extremadamente cortas, cual pudiera ser la de contacto físico y distancia imprescindibles cuando se recibe un ataque con armas blancas. Siempre que puedo lo digo, ahora también: hay que modificar no solo los programas de formación de los agentes, sino la de muchos de sus instructores. Mientras no se reciclen programas y “mentes”, no se modernizará y adecuará la formación a la realidad que se vive día a día en las calles.
Durante este artículo he hablando de armas blancas, o sea, armas clásicas como las navajas, cuchillos o machetes, pero dentro de esta clasificación, y solo a los efectos que aquí hemos tratado, debemos incluir otras herramientas. Me refiero a utensilios que son concebidos, en principio, para otros menesteres, pero que demasiadas veces se portan y utilizan con ilícitos fines. La tijera, el vaso de vidrio o el destornillador, por ejemplo, son utensilios de diario uso personal, doméstico y profesional, pero en muchas ocasiones son, ambos, empleados en acciones violentas. Por ello, estas armas punzantes o cortantes, siempre que se usen para lesionar, serán tan peligrosas como cualquier machete o navaja, cuando no más lesivas.
De todo lo dicho aquí, la conclusión más elocuente que quizás se pueda desprender es que a distancias habituales de identificaciones o cacheos, estas armas o herramientas son tan peligrosas, o más, que las propias armas de fuego. La mayoría de agentes policiales lo saben, pero no siempre es así entendido y sabido por las autoridades judiciales, tampoco por el ciudadano particular lego en temas de seguridad.■
Casi siempre, en el seno de la comunidad policial, se debate y se habla del enfrentamiento armado con armas de fuego, o sea, sobre el ataque que el agente de seguridad recibe desde un sujeto armado, generalmente, con pistolas o revólveres. En determinadas zonas del mundo es frecuente que el policía sea objeto de acometimientos con esas armas, en otros sitios incluso es cotidiano recibir la agresión con armas largas automáticas o con explosivos. Pero hay otro tipo de arma muy letal de uso frecuente y diario: el arma blanca.
Al nacer, nadie recibe en sus manos una pistola, un fusil de asalto o un lanza granadas, sin embargo, todos somos instruidos, desde niños, en el manejo de una herramienta de uso diario y de por vida, el cuchillo. Desde que somos niños, nuestros padres o tutores nos adiestran en modales y buenas costumbres, es ahí donde, entre otros instrumentos, se nos enseña a manejar, en la mesa y para comer, el cuchillo. Por tanto, desde niños tenemos contacto con un “útil” que, de ser usado de modo antisocial, puede ser letal, como otros tantos.
Después, con el devenir de los años, aprenderemos a usar el cuchillo, aunque sea de cocina, como una herramienta eficaz de ámbito doméstico. La usaremos para cortar cosillas durante determinados juegos y quehaceres. Lo usamos también como palanca para abrir tarros o botes de alimentos, ¿es cierto o no…?. Lo dicho, se usa desde siempre para todo. Se adquiere cierta destreza en el empleo del cuchillo doméstico, tanto para el uso de destino “primitivo” como para los destinos que vayan surgiendo dentro del ámbito del hogar o profesional.
Casi todos manejamos, o al menos asimos, el cuchillo sin miedo. Está en nuestras manos desde hace miles de años. Seguramente, hace miles o millones de años pasaba lo mismo, pero en esa época su empleo tenía otro destino: la supervivencia. Algo que cortara, se clavara o pinchara -lo que hoy es un cuchillo- servía para sobrevivir cazando, esto es, matando a otro ser vivo con el cual alimentarse. Otras veces, y ahí nace lo innato del empleo letal del cuchillo, se usaba para sobrevivir en situaciones de peligro por el acecho de un igual o de un ser vivo “superior” en la cadena alimentaría. Por tanto, desde hace millones de años el cuchillo está en nuestras manos y por ello su empleo, para atacar a un igual, suele ser muy natural, eficaz y letal.
Si a un lego en el empleo de armas le dejamos en una mesa una pistola con un solo cartucho, y un machete, y le pedimos que ataque súbitamente cuando reciba una señal, será más eficaz con un solo golpe de cuchillo que con ese único disparo. Es lógico, ya lo hemos dicho antes, todos sabemos “empuñar” un cuchillo, o al menos lo hemos hecho millones de veces. Motivado por ese instinto “animal”, que aún nos queda de cuando corríamos delante de los animales “superiores”, sabemos lanzar el puño/cuchillo hacia el lugar donde queremos impactar o clavar.
Por lo anteriormente comentado, muchos instructores adiestran a sus alumnos en el empleo del cuchillo de combate o navaja táctica. Algunos no lo ven acertado, pero la verdad es que, como dice -entre otros instructores- mi amigo y Maestro Cecilio Andrade (recientemente, en su blog, ha escrito de modo sobresalientemente sobre este tema), en determinados casos, la navaja puede ser una útil arma defensiva in extremis. A veces, puede ser “el último cartucho”, otras veces el único.
En nuestro país, España, están proliferando, contra los agentes de policía, los ataques con armas de fuego por parte de delincuentes comunes -sin contar con el empleo que se hace de las armas en las bandas terroristas, pues en ese ámbito siempre ha sido una constante-. El empleo del arma de fuego está aumentando en general, y muy particularmente durante la perpetración de delitos de robo. Pero una cosa es más cierta, y además muy contrastable: diariamente, por parte de los agentes policiales que trabajan en tareas de seguridad ciudadana, se incautan ingentes cantidades de armas blancas por el mero hecho de ser portadas, me refiero al porte, sin uso. Como es preceptivo, esas incautaciones están amparadas por el ordenamiento jurídico positivo.
Cualquier agente de policía que mínimamente esté comprometido con el servicio incautará, anualmente, un buen número de cuchillos, machetes y navajas. Durante cacheos de sospechosos, tanto en controles de policía como en otras habituales circunstancias policiales, muchas de estas armas serán localizadas. La mayoría de la veces, las armas blancas, al igual que las de fuego o las sustancias estupefacientes, se encontrarán ocultas entre las ropas de los sujetos sospechosos e infractores, en los maleteros, las guanteras o bajo los asientos o alfombrillas de los vehículos en los que viajan o conducen.
Las estadísticas lo demuestran, afortunadamente se retiran de las calles más armas blancas que armas de fuego, y la causa es lógica: la gente no se “pasea”, tan alegremente, con pistolas ilegales, pero si lo hace con las navajas y machetes. En el primer caso siempre se cometerá delito, con las consecuencias lógicas que ello acarrea. En el caso segundo se incurrirá, siempre, en infracción administrativa.
Tras lo anteriormente expuesto, hay que decir que si en los enfrentamientos armados -con armas de fuego- las agresiones se inician a cortas distancias, con las armas “de filo” será, como mínimo, la misma distancia la que se use para el acometimiento, cuando no menor. Lo que es un hecho seguro es que, en el instante del apuñalamiento el contacto será más “intimo”, será de “piel contra piel”. Por tanto, quien ha determinado agredir con arma blanca será, casi siempre, altamente eficaz al buscar la letalidad. En España, por suerte para la comunidad policial, no hay un excesivo número de agentes fallecidos por ataques homicidas con estas armas.
Donde la cifra es alta, lamentablemente, es entre la ciudadanía. Se comenten muchísimos ataques mortales o graves con cuchillos, principalmente durante el transcurso de robos, riñas o desavenencias familiares. Daré un dato objetivo, y para mí, cercano: en la ciudad donde ejerzo como policía, durante 2009 se produjeron una decena de homicidios, unos consumados y otros en grado de tentativa. Algunos de estos homicidios han sido especialmente brutales e inhumanos. De esa decena de casos, en el 80 por ciento fueron empleadas armas blancas. La ciudad tiene una población que no supera los 70 mil habitantes. Las cifras de los delitos de lesiones cometidos con armas blancas, sin llegar al homicidio tentando, fueron mucho mayores.
Para el ser humano es más difícil esperar o predecir un ataque con arma blanca. El arma de fuego, incluso si es de tamaño muy reducido, muy difícilmente será ocultada en una mano cuando ya se tiene empuñada el arma. A poco se tenga iluminación, y se preste atención a los movimientos de manos del sospechoso, podrá ser detectada la presencia de una pistola o revolver en las manos de una persona. Con un cuchillo no siempre será tan sencillo. Seguro que muchos de ustedes han encontrado, durante los cacheos, cuchillos ocultos en el ante brazo -bajo la manga de la camisa-. En esas circunstancias el arma “cae” a la mano de forma inmediata y con amplias posibilidades de uso. En esa misma ubicación es imposible portar el arma de fuego, al menos con capacidad súbita y eficaz de uso.
En el año 1992, el agente de policía e instructor de defensa personal/policial Darren Laur, realizó un concienzudo trabajo sobre las reacciones de los policías acometidos con armas blancas. Laur es agente de seguridad en Victoria, BC (Canadá). El trabajo consistió en emplear a 85 agentes durante la requisa o cacheo de un calabozo. Todo lo que ocurriera en la celda sería grabado para su posterior estudio y análisis.
Al preso -en realidad una persona que actuaba como tal- se le pidió que fingiera estar herido o enfermo, de modo que cuando el agente de seguridad se le aproximara para “levantarlo”, lo acometiera con un cuchillo simulado. El arma tenía el filo de la hoja manchada de tiza, así cuando fuera usado para cortar o clavar, sobre el funcionario, dejaría surcos o trazas en la ropa del agente: trayectorias de las puñaladas. El agresor, para desorientar y conseguir mayor desorden, además de apuñalar insultaría y amenazaría con gritos. Ni que decir tiene que los agentes no sabían que iban a ser asaltados, y menos aún en que momento y de que forma.
El resultado del análisis de las filmaciones fue el que seguidamente se expone:
- 72 de los agentes, de un total de 85, no supieron que estaban siendo atacados con un arma blanca. Una vez acabado el “trabajo” fueron invitados a localizar, en sus prendas de vestir, las trazas dejadas por la tiza que se había untando a la cuchilla del machete.
- 10 de los agentes, durante el ataque, fueron consiente de que estaban siendo apuñalados.
- 3 agentes, antes de entrar en contacto con el que iba a ser su agresor, detectaron la presencia del arma en las manos del “homicida”.
- Se alcanzaron varias conclusiones: la mayoría de los agentes fueron sorprendidos por el ataque y agacharon la cabeza a la par que la protegieron por la zona del cuello. Para ello usaron ambas manos y brazos. Esta mayoría se “abandonó” ante su agresor, motivo por el que recibieron muchísimas cuchillas. No fueron capaces de reaccionar de modo reactivo o defensivo.
Los agentes que predijeron el ataque, cuando éste se inició, consiguieron bloquear la mano portadora del arma y comenzaron a golpear, al hostil, con las rodillas y los codos. En estos casos, algo muy instintivo es -todo el mundo lo hace- el huir hacia atrás para ganar distancia. En realidad el cerebro nos ordena ganar distancia, pero no solo nos echamos para atrás con ese fin. Al distanciarnos obtenemos mayor información de lo que ocurre y así podemos tomar una más efectiva medida contra la acción hostil. Como en cualquier otra situación de estrés máximo, algunos de los agentes que neutralizaron la mano atacante no recordaban haber visto el cuchillo.
Una vez más, en este artículo, refiero a Cecilio Andrade. Este instructor y articulista, en su último trabajo publicado trata el tema del arma blanca desde el punto de vista de arma defensiva en casos extremos. Yo, en mi trabajo -éste-, trato el tema desde la perspectiva del empleo letal del arma de “filo”, pero no como defensa sino como arma de la cual proceden muchos ataques contra personas. Por cierto, en el trabajo de Andrade es muy interesante este dato que aporta: el 60 por ciento de las personas atacadas con armas de fuego, sobreviven, pero, por contra, el 60 por ciento de los atacados con armas blancas…fallecen. Tomen nota. Esos datos han sido leídos, ya, en más de un informe técnico. (en la imagen: Cecilio Andrade durante un entrenamiento)
La inmensa mayoría de plantillas policiales entrenan -si acaso lo hacen- supuestos policiales poco reales. Pocas plantillas forman a sus funcionarios en el empleo del arma a distancias extremadamente cortas, cual pudiera ser la de contacto físico y distancia imprescindibles cuando se recibe un ataque con armas blancas. Siempre que puedo lo digo, ahora también: hay que modificar no solo los programas de formación de los agentes, sino la de muchos de sus instructores. Mientras no se reciclen programas y “mentes”, no se modernizará y adecuará la formación a la realidad que se vive día a día en las calles.
Durante este artículo he hablando de armas blancas, o sea, armas clásicas como las navajas, cuchillos o machetes, pero dentro de esta clasificación, y solo a los efectos que aquí hemos tratado, debemos incluir otras herramientas. Me refiero a utensilios que son concebidos, en principio, para otros menesteres, pero que demasiadas veces se portan y utilizan con ilícitos fines. La tijera, el vaso de vidrio o el destornillador, por ejemplo, son utensilios de diario uso personal, doméstico y profesional, pero en muchas ocasiones son, ambos, empleados en acciones violentas. Por ello, estas armas punzantes o cortantes, siempre que se usen para lesionar, serán tan peligrosas como cualquier machete o navaja, cuando no más lesivas.
De todo lo dicho aquí, la conclusión más elocuente que quizás se pueda desprender es que a distancias habituales de identificaciones o cacheos, estas armas o herramientas son tan peligrosas, o más, que las propias armas de fuego. La mayoría de agentes policiales lo saben, pero no siempre es así entendido y sabido por las autoridades judiciales, tampoco por el ciudadano particular lego en temas de seguridad.■
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