POLICÍA LOCAL DE TARIFA (Página no oficial)

sábado, 8 de enero de 2011

CRÓNICAS DEL NORTE: el día en el que el tabaco me salvó la vida

Con este relato de aires novelescos, pero de hechos ciertos y reales, abro una serie de episodios vividos y narrados por un amigo. Como comprobareis, o mejor dicho deduciréis, mi amigo peina canas, muchas canas…

Disfruten de la calidad narrativa y la experiencia de Víctor.

CRÓNICAS DEL NORTE: el día en el que el tabaco me salvó la vida
No fuméis; está demostrado que el tabaco mata o, en el mejor de los casos, acorta la vida. Paradójicamente a mí me la salvó.

En abril de 1976 el panorama estaba muy tenso. Los miembros del pequeño grupo antiterrorista de Guipúzcoa, el AT (grupo antiterrorista), conocíamos perfectamente la infraestructura y el pensamiento de ETA tras la caída, durante el Estado de Excepción de 1975, de Miguel Goiburu Mendizábal, alias “Goyerri” y “Pelotas”, junto al “Rubio”, Miguel Gardoqui Azpiroz, que resultó muerto en el enfrentamiento y que estaba casado con Mercedes Alcorta, incluida en el sumario por el atentado al Presidente de Gobierno Carrero Blanco.

Habíamos mitificado a Mendizábal, al “Pelotas”, por lo que al tenerlo delante nos defraudó. Era bajo (creíamos que era casi un gigante), y fofo.

Durante la detención había resultado herido en el brazo derecho, cuatro dedos por debajo del hombro. Un disparo de entrada y salida sin consecuencias graves. En ese servicio resultó herido en una pierna, y en el dedo índice de la mano derecha, nuestro compañero Carretero. A su caída, Mendizábal era el segundo responsable de la organización terrorista y su información fue de vital importancia en aquel momento.

Nunca he vuelto a conocer a un marxista–leninista tan bien estructurado en su pensamiento. Quizás por el llamado “Síndrome de Estocolmo”, había días que, tras interrogarle, regresaba a casa replanteándome sus argumentos y pensando que quizás el equivocado era yo. Naturalmente no me refiero a ETA.

Mendizábal decía, en aquellas ya lejanas fechas, que los separatistas vascos estaban equivocados con ellos. Que no eran los “gudaris” que aquellos esperaban para la “liberación” de Euskalerría; que en la lucha internacional marxista sólo pretendían la independencia de Euskadi como plataforma para la conquista definitiva del Estado Español. Y yo era un joven de veintiséis años en canal…

Aquella mañana de primavera salí de casa, (estaba casado y tenía dos hijos) del portal número 10 de Isabel II, y crucé la Avenida de Madrid buscando la parada de taxis que quedaba enfrente. Como casi siempre, iba tarde, (siempre me ha gustado trasnochar por diferentes motivos, entre ellos escribir) y aunque la distancia era mínima nunca me ha gustado caminar deprisa.

Al abrir la puerta, el taxista bajó la bandera y cuando ya me iba a sentar en el asiento trasero recordé que no tenía tabaco. Le dije al taxista que esperara un momento y me di la vuelta de forma rápida, ya que a mis espaldas había un bar donde comparaba Winston de contrabando, más fresco y mejor que el de Tabacalera.

Al darme la vuelta me los encontré de frente. Eran dos individuos algo mayores que yo. Nunca podré olvidar aquellos ojos de desconcierto, muy abiertos, que no se apartaban de los míos. Pese a ser un bonito día de primavera llevaban “tres cuartos” oscuros, hasta las rodillas, y el de mi izquierda tenía la mano metida entre la solapa, y en gesto característico de desenfundar. En una fracción de segundo me hice cargo de la situación y un escalofrío recorrió mi espalda: ¡Iban a por mí!

Afortunadamente la práctica de tiro era mi pasión. Había ganado, años antes, el campeonato de Guipúzcoa y estaba mental y físicamente preparado gracias a Guillermo, mi gran Maestro.

Siempre que recuerdo aquel momento la imagen aparece como “congelada”, lenta. Instantes de vacilación por parte de ellos; yo inicio el desenfunde del revólver, un 357 Mag. y amartillo encañonándoles, ellos hacen un respingo a mi derecha y salen corriendo hacia el cruce con Isabel II, unos cincuenta metros, donde les está esperando un Seat 127 color beige con la puerta trasera abierta. Tengo tiempo de apuntar y de hecho lo hago, pero la acera está concurrida a esas primeras horas de la mañana. Desamartillo mientras veo como se meten en el coche y éste emprende la marcha a toda velocidad, con la puerta trasera aún abierta, hacía Loyola. Guardé el revólver, entré en el bar y pedí la cajetilla de cigarrillos. Entré en el taxi y pedí al taxista que me llevase a Comisaría.

Le conté a D. Manuel Ballesteros, a la sazón Comisario Jefe de Guipúzcoa, lo que me había pasado, solicitando mi urgente traslado. Luego a los compañeros del Grupo.

A los quince días de haber llegado a la nueva plantilla me llamaron desde Donostia. El comando había caído; uno muerto y el otro detenido y, para mi sorpresa, el informador había sido el sobrino de la dueña del bar donde compraba el tabaco, el mismo que luego, recordando, me dio muy nervioso aquella mañana la cajetilla de tabaco.

Tengo 60 años y sigo fumando. En eso no sigáis mi ejemplo, pues acabará matándome, aunque me haya prolongado la vida 34 años.

VÍCTOR

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